Texto para la muestra “Línea de producción”, de Paula Massarutti en el Museo del Ladrillo, La Plata, noviembre de 2014.
En 1934 Simone Weil, una profesora de filosofía proveniente de una refinada familia burguesa parisina, dejó las comodidades de la vida académica para entrar a trabajar en la fábrica de Alsthom en París, y luego en la Renault, en la convicción de que sólo atravesando la experiencia en primera persona, podía llegar a dar cuenta de las condiciones del trabajo industrial de su época. De esa vivencia nació La condición obrera, quizás uno de los testimonios más cercanos y reflexivos sobre el tema. En su diario de los días de fábrica, incluido póstumamente en esa publicación, dice:
“No sólo es preciso que el hombre sepa qué hace, sino que, a ser posible se de cuenta de lo que hace, que se de cuenta de la naturaleza modificada por él.
Que para cada cual, su propio trabajo sea un objeto de contemplación.”
Es difícil aún hoy superar las hazañas de esta verdadera heroína moderna, en parte porque las condiciones del trabajo industrial ya no son las mismas. Sin embargo, creo que la obra de Paula Masarutti logra tocar algunas de esas premisas.
En primer lugar, Paula va al lugar de los hechos, a ver y oír por su propia cuenta y a conversar con los protagonistas de una forma de trabajo que está a medio camino entre la producción industrial y la artesanal. Conoce a los operarios. Lo primero que hace al mostrarme el video es presentármelos por sus nombres, y contarme lo que cada uno realiza en la fábrica: uno opera el montacargas (Angel o “Chupete”) y el otro saca ladrillos de la cinta (Hugo). Les propone que hagan, para ella, los gestos de su oficio. Ellos acceden y, sobre todo, mantienen la palabra entre cada encuentro. Con el tiempo se suma un tercer operario, y luego aparecen los mecánicos.
Los mecánicos pueden comprender muy bien lo que todos hacen y qué significa el rol de cada uno en el conjunto. Y resuelven problemas todo el tiempo, con mucha flexibilidad porque su trabajo no es rutinario. Mas bien se adaptan todo el tiempo a los accidentes de las máquinas, y a los avatares del mantenimiento de un mecanismo que no se detiene nunca. En común todos sienten mucho orgullo de la fábrica.
Ella dice “me dieron una clase de fábrica”.
Paula les pregunta por la historia de la fábrica de ladrillos Ctibor, que está entrelazada con la historia de La Plata, la ciudad que ella ama y habita. Se podría decir que todo lo que Paula hace está fuertemente teñido de amor (otra coincidencia con la filósofa) y así toca, percibe y piensa las cosas y hace arte. Quizás por eso logra hacer este singular retrato de un trabajo, un espacio, unos hombres; logra hacerlos jugar, con toda seriedad, y nos regala algo que a todos nos hace falta: la posibilidad de contemplar un espacio y un mundo que no conocemos, de contemplar y pensar, ver la belleza de los gestos y también pensar en la repetición de los gestos; en el cómo los cuerpos memorizan un esquema. ¿Quiénes forman la línea de producción? Ellos. ¿Cómo ocupan el espacio? Así. ¿Cómo se ponen de acuerdo? Con palabras ¿Cómo reemplazan el sonido de la máquina? Lo copian con la voz.
Miremos y escuchemos juntos: en la contemplación de estas imágenes y sonidos que nos ofrece Paula, nos aguarda un tesoro.